Nuestro retiro espiritual: ejercicios con el Padre Andrés Coindre
Hace ya dos meses que concluimos nuestro retiro provincial anual, que llevó por título “Ejercicios espirituales con el Padre Andrés Coindre”. Ahora ya con un poco de distancia, creo que vale la pena una mirada hacia atrás para recordar (volver a pasar por el corazón) el paso de Dios entre nosotros y para seguir descubriendo las riquezas que nos dejaron esos días.

Somos hermanos, es la esencia de nuestra vocación. Y un hermano no puede serlo si está solo, necesitamos de los otros para ser lo que estamos llamados a ser. Por tanto, creo que la primera riqueza del retiro fue la presencia de los hermanos, la comunidad. Como bien sabemos “somos pocos y nos conocemos mucho”, a veces demasiado, y podemos caer en la tentación de mirarnos dando por supuesto lo bueno de cada uno, sin valorarlo. Por eso en el retiro, aunque sea un tiempo de silencio, es también muy importante la dimensión fraterna, de encuentro, y, sobre todo, de encuentro en el Señor, que nos permite ver a los demás con nuevos ojos.
La segunda riqueza que rescato del retiro fue el “predicador” y las comillas son intencionales, pues el propio Hno. Antonio López García-Nieto se encargó de decirnos hasta el cansancio que él no era ningún predicador, sino “un profesor como nosotros”. Por eso sus palabras no fueron recibidas como provenientes de un experto, sino de un hermano, de alguien cercano y querido que conoce nuestra vida y nuestra realidad; por eso sentimos que nos hablaba, como Jesús, “con autoridad”, porque lo hacía desde el corazón y con sencillez. Además, su estilo didáctico, el uso de canciones, las propuestas variadas… todo eso hizo que las presentaciones fueran interesantes y que el tiempo personal se quedara siempre corto. Una vez más es necesario decirle ¡gracias Antonio!

Por supuesto, la tercera riqueza fue, para mí, el contenido mismo del retiro; que nos propuso una síntesis entre la persona de Cristo, tal y como la descubrimos en la Palabra de Dios, el carisma y la vida de nuestro fundador y nuestra propia realidad cotidiana; todo ello en el marco de una profunda llamada a la esperanza. Pocos hermanos del Instituto conocen tan bien la figura del Padre Andrés Coindre como el Hno. Antonio (que acaba de ser designado postulador de las causas de los santos), así que su aporte en especialmente valorable. Si nos tomamos el tiempo de profundizar cada mes en una de las meditaciones del retiro, tendremos una herramienta fantástica para seguir alimentando nuestra vida espiritual todo el año.

En cuarto lugar, quiero destacar la bendición de culminar el retiro con una renovación de profesión religiosa (del Hno. Gastón Spahn) y un ingreso al noviciado (del Hno. Ignacio Díaz). Aunque sabemos que Dios nos ha llamado y llama cada día y que nuestra vocación es fruto de su amor; creo que es un regalo de Dios el ver cómo otros jóvenes siguen escuchando la misma llamada y deciden responder con un corazón generoso. Como una vez escuché: “cada nueva vocación de hermano confirma la nuestra”. Que Dios bendiga a nuestros hermanos en formación y que nos dé la sabiduría para acompañarlos siempre.
Por último, quiero rescatar una práctica muy sencilla, pero que me resulta muy significativa y que no siempre hemos tenido en los retiros: la adoración eucarística. Afirmamos que Cristo está presente en todos los momentos de nuestra vida y que, sacramentalmente, estamos especialmente en su presencia frente al sagrario. Racionalmente parecería que no tendría por qué tener mayor impacto la exposición visible del Santísimo. Y, sin embargo, la tiene. En mi caso personal, ese tiempo dedicado a contemplar la eucaristía hizo que viviera de manera diferente el resto del día y también los otros momentos de oración: la misa, la liturgia de las horas, el rosario, la oración personal...

¿Para qué sirven los retiros, si siempre somos iguales, si parece que no nos convertimos de nuestros pecados ni progresamos demasiado en nuestra vida espiritual? Es una pregunta válida y mi respuesta es esta: el tiempo de retiro (o de ejercicios espirituales, como prefieras) es como el maná en el desierto, nos permite seguir caminando un día más, un año más. Pero no sólo como quien se arrastra por la arena, deshidratado y famélico, sino que nos permite caminar con alegría, con sentido, con esperanza… viviendo la vida como el regalo que verdaderamente es y descubriendo en ella la presencia de Cristo, que nos espera con su Corazón abierto detrás de cada esquina y en cada persona del camino.
Hno. Emilio Rodrigo
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