La importancia de la formación en la vocación docente
Vivimos en tiempos complejos, dinámicos y angustiantes. En este contexto me interpelo: ¿tenemos que continuar enseñando? Sin dudarlo respondo que sí, ahora bien: ¿por qué?, ¿con qué objetivo?, ¿cómo?
La tarea que hace el docente con sus estudiantes es dialéctica, en ella no sólo se orientan procesos educativos, sino que, en la interacción de ambos, se retroalimenta el proceso de enseñanza-aprendizaje, se recrean los saberes, se acompaña la historia de la persona en particular y de la sociedad en general. En este proceso el sujeto, en su interrelación con los otros, intercambia saberes, experiencias y vivencias afectivas; aprende y edifica desde sus múltiples dimensiones humanas.
Hoy la escuela y los docentes tenemos que estar presentes. Presentes para acompañar a los alumnos, para escucharlos y contenerlos. Educar no es solamente impartir conocimientos. Es preciso educar el corazón, educar los sentimientos, los comportamientos y las emociones de nuestros niños.

El mundo cambia y la realidad es incierta. Los educadores tenemos que adaptarnos a la diversa realidad educativa que se nos presenta diariamente. Para hacerlo cobra importancia pensar en nuestra formación personal, aceptar el desafío de educarnos en forma integral: una formación no sólo profesional, sino que abarque las distintas dimensiones de nuestra persona.
Debemos formarnos para recibir las nuevas y cambiantes exigencias del sistema educativo en relación a los contenidos a enseñar y a cómo hacerlo. También nuestra formación tiene que contemplar un volver a pensarnos en nuestro rol y en nuestra vocación. Somos docentes Corazonistas y, como comunidad, caminamos en comunión fraterna y estamos al servicio del crecimiento integral de nuestros niños; para lograrlo tendremos que formarnos para crecer junto a nuestros alumnos.