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La vida nueva en Comunión

  • comunicacion209
  • hace 13 minutos
  • 2 Min. de lectura

Hermanos, hace apenas quince días celebramos la Pascua de Resurrección y siento aún el impulso de decirles: con la aurora del primer día sal fuera hermano, pues la Esperanza, que es Cristo Resucitado, está allí; es tiempo de vivir y sembrar vida.


El Capítulo general nos lo recuerda así: “Debemos formar comunidades vivas en las que la vida se construya cada día, en las que estemos promoviendo el Reino de Dios. La comunidad elige la vida y promueve la vida” (37º Capítulo general, Sembradores de esperanza, p. 41).


Estoy convencido de que la Resurrección significa amanecer a una vida en Cristo y en el presente. Existen compromisos en ella: nutrirse con la oración, acompañar a los colaboradores en la misión y sostener una vida comunitaria fraterna en la que, poco a poco, hagamos retroceder las fronteras del desacuerdo, del enfadado y del prejuicio que existen, a veces, entre nosotros.


Enfatizo mucho que encontraremos esta vida nueva desde y en la comunidad fraterna: en los hermanos. Es una fuerte convicción que me sostiene desde hace muchos años. Vibro mucho con la “espiritualidad de la comunión” que propuso San Juan Pablo II y hago mías sus palabras en la carta apostólica Novo Millennio Ineute, Nᵒ 43:


Espiritualidad de la comunión significa, ante todo, una mirada del corazón sobre todo hacia el misterio de la Trinidad que habita en nosotros, y cuya luz ha de ser reconocida también en el rostro de los hermanos que están a nuestro lado.


Espiritualidad de la comunión significa, además, capacidad de sentir al hermano de fe en la unidad profunda del Cuerpo místico y, por tanto, como “uno que me pertenece”, para saber compartir sus alegrías y sus sufrimientos, para intuir sus deseos y atender a sus necesidades, para ofrecerle una verdadera y profunda amistad.


Espiritualidad de la comunión es también capacidad de ver ante todo lo que hay de positivo en el otro, para acogerlo y valorarlo como regalo de Dios: un «don para mí», además de ser un don para el hermano que lo ha recibido directamente.


En fin, espiritualidad de la comunión es saber “dar espacio” al hermano, llevando mutuamente la carga de los otros (cf. Ga 6,2) y rechazando las tentaciones egoístas que continuamente nos acechan y engendran competitividad, ganas de hacer carrera, desconfianza y envidias. No nos hagamos ilusiones: sin este camino espiritual, de poco servirían los instrumentos externos de la comunión. Se convertirían en medios sin alma, máscaras de comunión más que sus modos de expresión y crecimiento.


Hno. Denis J. E. Plourde

Superior Provincial




 
 
 

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