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La misericordia de Dios

Quiero abrir un espacio donde solicitaré a diversos hermanos que nos compartan, a su modo, su experiencia personal sobre lo que les da esperanza y los anima a vivir en este momento concreto de sus vidas.


Para este boletín cedo el espacio al Hermano Gonzalo. Sabemos bien cómo le gusta “bajar libros” y compartirlos con otras personas con el fin de ayudarlos a crecer o para ofrecerles su apoyo en la preparación de las clases. En esta ocasión nos comparte ese texto que lo anima, que nos habla de la misericordia de Dios y nos invita a ser misericordiosos con los demás: es el capítulo XIV de “El Padre del Hijo pródigo” de José María Cabodevilla. Pueden encontrar el capítulo completo como documento adjunto al correo electrónico de este envío.

 


Por mi parte me permito presentar aquí algunas reflexiones a partir del mismo y del diálogo con el Hno. Gonzalo: 

 

Esta reflexión nos abre a una esperanza, la de vernos TODOS hermanos si nos preocupamos realmente de ser fieles a la encomienda de Dios: “Sean misericordiosos como el Padre de ustedes es misericordioso. No juzguen y no serán juzgados; no condenen y no serán condenados, perdonen y serán perdonados” (Lc 6, 36-37) y “Ustedes no tienen más que un Maestro y todos son Hermanos” (e hijos de Dios) (Mt 23, 8b). Me expresaba el Hermano Gonzalo que ser Hermanos del Corazón de Jesús es cumplir (vivir, practicar…) su palabra con un corazón cercano y misericordioso como el Padre, el Hijo y el Espíritu que los habita.

 

El relato de Cabodevilla nos ofrece varios procesos para vivir y practicar esa misericordia de Dios. Se señala algunos a continuación:

 

·        La misericordia de Dios es ilimitada, inagotable e insondable. Sin embargo, hay que reconocer que la misericordia de Dios no es incondicional. El perdón que recibimos de Dios está condicionado por el perdón que nosotros otorgamos.

 

·        ¿Qué debo hacer o dejar de hacer para perdonar de verdad a quien me ha ofendido? Por supuesto, debo renunciar a la venganza primero, solicitar la clemencia de Dios más que apelar a su justicia (entendido como tribunal divino), saber perdonar y saber pedir perdón.

 

·        El perdón viene a liberar simultáneamente al que perdona y al que es perdonado. Abre el futuro, abre la posibilidad de una vida diferente y permite un “ahora empiezo todo de nuevo”.

 

·        También menciona que perdonar es necesario pero que el aspecto más problemático del perdón sigue siendo el olvido de las ofensas. Así que el autor nos recuerda que convendría suplicar a Dios aquello que nosotros somos incapaces de conseguir. Pedirle lo más difícil: aprender a olvidar.

 

·        En definitiva, sólo quien experimenta la necesidad de ser perdonado, con el olvido de las ofensas, puede perdonar debidamente. Darse cuenta de esa “viga” que tengo en mi propio ojo antes de ver la “paja” en el ojo ajeno (Mt 7, 3).

 

·        Para poder cumplir esa buena acción que es el perdón, necesitamos de la gracia de Dios, la cual es, en cualquier caso, gracia redentora, gracia de perdón: “Él nos ha perdonado, hagamos lo mismo” (Col 3, 13).

 

·        Y finaliza el capítulo XIV expresando que una valiosa aportación cristiana a la ética universal es el amor a los enemigos, concretamente bajo la forma del perdón. Cuando Jesús ordena a sus discípulos amar a los enemigos da una razón que es a la vez necesaria y suficiente: “para que así sean hijos de su Padre que está en los Cielos. Porque él hace brillar el sol sobre malos y buenos y envía la lluvia sobre justos y pecadores” (Mt 5, 45). Podemos amar a los enemigos porque somos todos hijos del Padre celestial, porque somos todos hermanos, porque hemos recibido la gracia que nos acredita y nos capacita para obrar como tales. En suma, podemos amar a los enemigos porque “Dios ha derramado su amor en nuestros corazones” (Rom 5, 5).

 

 

Hno. Denis Plourde

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