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15 de agosto: Asunción de María


Hoy la Iglesia celebra una de las grandes fiestas de la Virgen María: su asunción al cielo en cuerpo y alma. Compartimos esta meditación del Hno. Javier Lázaro, nuestro Superior provincial, en torno a esta fiesta:


En este mes celebramos la fiesta de la Asunción de María al cielo. Es la culminación de la comunión que María vive con cada una de las personas de la Trinidad en todo momento. No tenemos ningún texto bíblico que relate este acontecimiento, pero como hijos necesitamos vivir esta celebración, pues profundiza nuestra vocación a la intimidad con Dios y nos señala un camino que estamos llamados a recorrer. “La Virgen María será siempre el modelo acabado de la fidelidad al Señor. Es la consagrada por excelencia, cuya vida entera es una ascensión hacia la perfección de la caridad” (RdV 66).


Imaginemos y hagamos viva la escena, haciéndonos presentes, en el momento en que María llega al cielo. El Padre, el Hijo y el Espíritu Santo ¡Qué han preparado para recibir a la Hija predilecta, a la Madre y a la Esposa! Es una fiesta que continua por toda la eternidad.


Cuando María se pone en camino y llega a la casa de Zacarías, al saludo de Isabel María responde diciendo: “Mi alma canta la grandeza del Señor, y mi espíritu se estremece de gozo en Dios, mi Salvador, porque él miró con bondad la pequeñez de su servidora…” (Lc. 1, 46-48). Seguramente María, al entrar en el cielo, responde con el mismo canto del Magnificat y nos hace presentes a todos sus hijos. Tenemos el privilegio de prestar a María nuestros labios, mente y corazón, para cantar en su nombre la gloria de Dios. La liturgia actualiza en el hoy de nuestras vidas los misterios del amor de Dios hacia los hombres.


María está en comunión con Jesús en todo momento durante su vida terrena. Acoge el anuncio del ángel: “El Espíritu Santo descenderá sobre ti y el poder del Altísimo te cubrirá con su sombra” (Lc 1, 35) y “María conservaba estas cosas y las meditaba en su corazón” (Lc 2, 19). Nosotros por el Bautismo y la vocación profética que hemos recibido, también participamos de este don del Espíritu en nuestro corazón. En el día a día necesitamos ensanchar la interioridad para que Cristo vaya ocupando todo nuestro ser.


Es María, Madre y Maestra, la que puede enseñarnos a acoger la vida de Dios y llevarla a los hermanos. Somos conscientes de que la dimensión profética es un anuncio de los bienes eternos, pero están precedidos por la íntima comunión con Cristo. Sólo así nos convertimos en signo de la presencia de Dios entre los hombres.

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