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25 años de profesión religiosa del Hno. Emilio

Querido Emilio:


En este acontecimiento gozoso en el que celebramos tu vida consagrada como Hermano del Sagrado Corazón, damos gracias a Dios por tu ser entregado en la misión del Instituto.


Creo que, al menos, dos artículos de nuestra Regla de Vida, se hacen evidentes en ti en esta trayectoria. En el capítulo sobre la vida de oración, en el artículo 128 se afirma: “Dios está en el corazón de nuestra existencia concreta… por el dinamismo de nuestra fe lo encontramos en las personas y los acontecimientos…”. Seguramente y sin mucho trabajo, al abrir tu corazón en la oración lo encontrarás lleno de nombres y esos nombres, existencias concretas, se han presentado en ti como acontecimientos teofánicos.


Nuestras existencias concretas se encontraron en un lejano 1994, cuando ya eras exalumno del liceo Sagrado Corazón de Montevideo. En ese entonces, y al decir de tu propia percepción retrospectiva, eras un “Juvencorito”, un integrante de Juvencor.


El dinamismo de tu fe, de la que tal vez no eras totalmente consciente, se manifestaba en tu existencia concreta porque, como dice el apóstol Pablo, “Dios dirige en todos el querer y el actuar” (Flp 2, 13). Y Él seguía revelándose en vos, en las personas y en los acontecimientos. Uno de esos acontecimientos fundantes de tu vocación fue aquel retiro que compartimos, creo que en Progreso, en el que luego de nuestras largas charlas vocacionales te dije: “Emilio se precipita el momento de tu decisión vocacional”. Corría el año 1995.


Durante ese año comenzaste a visitar la comunidad de Lomas de Zamora en varias oportunidades y también hiciste, junto a tus amigos Enrique y Nicolás, un cursillo vocacional con los operarios diocesanos. Sobre el final del año 1995 golpeé la puerta de la casa de tu madre, Judith, para conocerla y anticiparle los futuros pasos para tu vida como postulante de los hermanos del Sagrado Corazón. Judith recibió la noticia con mesura y asombro, pero dispuesta a que transitaras tu vida en lo que te hiciese feliz.


En 1996 comenzaste el postulantado en Lomas de Zamora y allí seguiste descubriendo más personas y más acontecimientos, ya insertado en la dinámica de una comunidad formadora y mientras intentabas elaborar el duelo de la lejanía de tu familia y amistades montevideanas. Debías adaptarte a las exigencias de la vida comunitaria, así como la comunidad también a tus características… y no fue sencillo.


¿Recuerdas un viaje de vuelta de Montevideo en aquel abril de 1996? Esa travesía fue muy conversada y con emociones y conceptos encontrados que siguieron hasta altas horas de la madrugada ya en la comunidad. Como memorial de aquella noche fundante quedó un objeto que guardaste durante mucho tiempo: una pila envuelta en un plástico o celofán. Fue la noche de la cual se podría establecer un paralelismo con el pasaje bíblico de Jacob peleando contra Dios… creo que quedaste un tiempito rengueando, pero seguiste adelante.


En 1997 comenzaste el noviciado en Venado Tuerto y nuestras existencias se volvieron a encontrar y siguieron juntas para continuar escuchando el llamado a conformarnos a la voluntad de Dios, permaneciendo unidos a Él. Entiendo que, con sus más y sus menos, efectiva y afectivamente, nos conformó a su voluntad y hemos permanecido unidos a Él y entre nosotros en comunidad desde hace más de veinticinco años, ya que el 2 de febrero de 1998 realizaste, en presencia de tus hermanos y de tu familia, la primera profesión religiosa.


Luego de los años del escolasticado, volviste a Montevideo y allí nuestras existencias concretas se volvieron a encontrar, ya para una vida fraterna en la misión específica. Y aquí hago mención al segundo de los artículos de la Regla de Vida, entitativo y evidente en el trascurso de tu vida consagrada; es el 152 y pertenece al capítulo de la vida apostólica: “Nuestra entrega desinteresada y benévola puede revelar a los hombres el rostro compasivo del Señor y atraerlos hacia Él”. Artículo motivador e inspirador de tu acción apostólica, de tu ser hermano en misión.


Comenzaste en Montevideo a tener responsabilidades pastorales, luego administrativas, directivas y comunitarias, pero lo que ha marcado tu despliegue ha sido la dimensión pastoral de tu ser hermano, que desde hace algunos años traspasó los límites de nuestra Provincia para explayarse a través de los equipos de promoción del carisma a nivel de la Conferencia de América Latina y España y del Instituto.


El mismo artículo 152 comienza ubicándonos: “Nuestro apostolado nos remite a la acción escondida pero poderosa de Dios…” Acción que estuvo presente en aquella primera travesía, que significó el parto de tu vocación en el año 1996; estuvo presente en tu dura enfermedad en el año 2013 y está presente en tu despliegue actual. La acción escondida de Dios se vuelve aún más poderosa cuando, a pesar de las resistencias y de nuestros fracasos, experimentamos nuestra pobreza personal redimida y aquilatada por el impulso del Espíritu que nos lleva a exclamar con el apóstol de los gentiles: “Ya no vivo yo, es Cristo quien vive en mi” (Gal 2, 20).


Emilio, con inmensa alegría tu comunidad agradece a Dios tu vida entre nosotros, agradece a tus padres Francisco y Judith, a tu hermano Pablo, a tu cuñada Claudia, a tus sobrinas Jimena y Sofía, porque han sido quienes también te han sostenido en tu ser humano de hermano y a quiénes también sostienes con tu presencia atenta y cercana.


Que el impulso carismático del Espíritu, encarnado en André Coindre y en el devenir del Instituto, continúe en vos y en cada uno de nosotros para reflejar con nuestras palabras, afectos y acciones el rostro compasivo del Señor para la humanidad de la que formamos parte.


Desde el Corazón de Jesús, centro de nuestras motivaciones y referencias, junto a nuestros hermanos que nos precedieron en el camino de la fraternidad y en nombre de todos tus hermanos de la Provincia de América Austral te digo: Feliz consagración, feliz vida.


Hno. Daniel Impellizzieri

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