top of page

La espiritualidad del docente


Docente.jpg

Que nuestra tarea educativa se vuelva un apostolado es un fruto del testimonio de una amistad profunda e íntima con Cristo. Es el contacto con Él lo que nos permite descubrir su voluntad y nos identifica con su proyecto: ser obedientes al Padre. La eficiencia del apostolado sólo la podemos medir en función de cómo se arraiga la presencia de Cristo en los niños y jóvenes, independientemente de la secularización social. Es el contacto permanente con Él lo que nos configura según su Corazón. Contemplación y acción están unidas.

El afán y el empeño que ponemos en la organización de las actividades académicas, para responder a lo que esperan las familias de nuestros alumnos, tenemos que ponerlo también para encontrarnos con Cristo en la soledad y el silencio de la oración. Desde esta perspectiva podemos hacer un paralelismo simétrico y complementario de la oración y la acción:

  • El tiempo que dedicamos:

Cada actividad que realizamos con nuestros alumnos necesita un proceso que requiere tiempo. Establecemos etapas que nos ayudan a ser ordenados. La adquisición de una habilidad o un conocimiento prepara para el siguiente, es un aprendizaje previo necesario.

Del mismo modo la vida espiritual no admite interrupción: “Sea que ustedes coman, sea que beban, o cualquier cosa que hagan, háganlo todo para la gloria de Dios” (1 Co 10,31). Y requiere una intencionalidad y una disposición afectiva que nos lleve al encuentro. De tal modo, cuando estamos con los otros hacemos presente a Cristo y cuando estamos en la oración seguimos unidos a los hermanos.

Pero el Espíritu no nos fuerza, nos conduce respetando la libertad. Para comunicar lo que nos quiere decir necesita una clara disposición de escucha, dándole el tiempo necesario y con las disposiciones más adecuadas: “Esta ascesis, respuesta al amor de Dios, requiere el desasimiento de sí mismo, pero constituye un camino necesario para orar en espíritu y en verdad” (RdV 131).

Tal vez nos tengamos que preguntar cómo nos preparamos y si dedicamos el tiempo necesario para dejar hablar a Dios en nuestro corazón.

  • Los medios que empleamos:

Antes de empezar la clase preparamos los elementos didácticos necesarios y en funcionamiento óptimo para desarrollar las actividades con normalidad. Nos molesta que alguien interrumpa nuestro encuentro con los alumnos. Buscamos captar la atención de todos, motivamos para que se interesen.

En el encuentro de contemplación de la oración, donde todos somos discípulos a los pies del Maestro, también necesitamos emplear los medios adecuados. Siempre es preciso traer la Palabra a la memoria, poder situarnos en la escena en forma personal, cerrar las ventanas de las preocupaciones de lo fáctico, para ver y dejarnos mirar por Jesús. Son sus ojos los que nos dan la mirada para ir al encuentro de los alumnos: Cuando vamos a la acción llevamos a Cristo para no “decirnos a nosotros mismos” y devaluar nuestro trabajo.

Nos tenemos que preguntar cómo cuidamos y respetamos los ámbitos de amistad en la oración personal y comunitaria.

  • Los sentidos que implicamos:

En el desarrollo de las clases buscamos que los alumnos internalicen lo que enseñamos, haciendo que comprometan las distintas facultades a través de la aplicación de variadas técnicas didácticas. Unas veces escuchan, otras observan lo que ven, escriben, representan, interactúan con los compañeros, etc.

En la oración necesitamos una actitud de asombro, siempre es un novedad lo que Dios nos quiere comunicar. No es algo sabido, es nuevo y embarga todo nuestro ser. Nos lo trasmite por cierta connaturalidad entre nuestro deseo de saber y la verdad-amor que es Dios, pero sobre todo por el deseo de comunión y encuentro. La oración no se limita a mover los labios supone comprometer todo lo que somos:

Tal vez nos tenemos que preguntar