Hacer de la vida un Tinkunaco
Si tuviera que resumir mi experiencia en el Tinkunaco con una palabra sería “felicidad”. Esa felicidad que da el encuentro con Jesús a través de los jóvenes que dispusieron su fin de semana para la oración, el compartir la alegría, la vida en sí, con todo lo que eso conlleva.
En estos tiempos en que todo se hace tan distante, que compartir parece más un riesgo que un beneficio, el encuentro virtual, en un inicio, era algo totalmente incierto. Sin embargo, en esos dos días de Tinkunaco no nos pudimos sentir más cercanos. La alegría y la buena onda, pero también la buena disposición para abrirse a los demás, estuvieron presentes. Desde el primer momento, aún sin conocernos, nos divertimos, nos hablamos y compartimos como familia. Parecía que nos conocíamos desde siempre y eso es ser Corazonista.
Sin temores por el qué dirán o qué pensarán, cada uno a su tiempo y a su forma logró expresarse para exponer los miedos, las incertidumbres y las tristezas que en estos tiempos abundan. Pero sobre todo para tener la confianza de que Jesús será quien nos guíe y acompañe en esta tempestad. En los momentos de oración, sobre todo, sentía que estábamos todos en la misma capilla, compartiendo el mismo lugar. Desaparecían las cámaras, se acortaban las distancias, nos unía a todos un mismo amor, un mismo latir. Muchos aprendimos a hacer pan y fue una experiencia inolvidable, aprendimos a mirar al otro como una obra de arte, a escuchar y no sólo oír, a encontrar a Dios en quienes nos rodean y, sobre todo, a estar atentos porque Dios siempre nos responde.

En mi caso, fue mi primera vivencia en un Tinkunaco. Tenía muchas expectativas porque me habían hablado mucho de este encuentro y de lo bien que les hace a los que lo pueden vivir, pero siempre destacando el encuentro directo con el otro; y en estas circunstancias parecía algo difícil de lograr. Hoy puedo decirles que el corazón de Jesús se hizo presente en cada joven, en cada momento compartido, en cada testimonio…
Me sentí muy identificada con el sentir de los chicos: el miedo a equivocarse o a fallar, la incertidumbre que les genera estar transitando el último año en el colegio, pero también con la conciencia de que formamos parte de una gran familia, el sentir al colegio como un segundo hogar y saber que, pase lo que pase, allí estarán y nos recibirán siempre.
Agradezco inmensamente haber podido vivir este Tinkunaco 2020 y Dios quiera que todos podamos “hacer de nuestra vida un Tinkunaco”.
Verónica González, Montevideo
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