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Valores y coherencia

Uno de mis desafíos personales a la hora de enseñar es lograr mantener el interés de los alumnos en los contenidos que presento. Para ello intento que se dé un ambiente de confianza mutua y un lenguaje adaptado a su cotidianeidad, permitiéndoles incorporar de manera progresiva definiciones o tecnicismos. Todo esto no me sería posible sin trabajar antes la reciprocidad que entablo con ellos, de preguntar cómo utilizan algunos términos para luego trasladarlo a los contenidos que se ven en clase.


En dicho proceso considero esencial la coherencia con la que actúo, es decir la concordancia entre la forma en que me relaciono con ellos o ante un evento y qué expreso al respecto. El rol del docente forma parte de un sistema en el cual existe de manera constante un intercambio, un flujo bidireccional que no se compone sólo por conocimientos, sino además por emociones y sentimientos. Es en este intercambio, sobre todo en el plano emocional, que establecemos un tipo de vínculo con los estudiantes que posee una carga en valores.


Si vemos este vínculo como una cuerda, por ejemplo, sabemos que la misma está expuesta a sufrir alteraciones debido al desgaste, tensiones, acortamiento… o incluso rupturas con el tiempo. Y también sabemos que estas alteraciones son inevitables y, en ocasiones, deseables para los cambios. Necesitamos, entonces, cuidar la cuerda, ajustarla para evitar que se quiebre o que quede muy floja y protegerla para que el ambiente no la desgaste.


En el vínculo con los estudiantes es necesario establecer pautas claras, basadas en los valores que queremos enseñar. Deben ser las necesarias, para no quebrar el vínculo, y adaptadas, para que también ellos las puedan sostener. En este sentido la coherencia toma especial importancia, ya que será la protección de esa cuerda del vínculo con los estudiantes. En el actuar coherente del docente se manifiestan sus bases y convicciones, se materializan los valores. Y estos despiertan un abanico de emociones y sentimientos, de aprobación o rechazo, de agrado o desagrado, sobre todo en los estudiantes cuyo proceso de identidad aún se encuentra en marcha.


La coherencia del mundo adulto permite que los niños y adolescentes, que se encuentran en proceso de aprendizaje, se reconozcan capaces de sostener sus ideas y convicciones, de confiar en ellos mismos. La coherencia permite también que adquieran no sólo valores éticos o morales, como el respeto, la empatía o la tolerancia, sino también otros valores, como los culturales o ambientales. Cuando los alumnos ven que, tanto en el aula como fuera de ella, existe una correlación entre lo que digo y lo que hago, cuando ven que les enseño con asombro sobre las montañas y al mismo tiempo las visito y también hablo con alegría sobre ellas, se emocionan y preguntan, y es ahí donde sé que logré transmitirles conocimientos y valores.


Adriana Caligaris

Profesora de Secundaria, Montevideo

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